TEMAS E IDEAS: En la distancia, por Ancrugon – Diciembre 2012





A nuestra llegada al poblado, el caos era sobrecogedor. Las mujeres corrían de un lado para otro gritando frases incomprensibles y levantando los brazos como implorando a la clemencia divina; los niños lloraban casi en silencio, escondidos tras de cualquier objeto o planta capaz de cobijarlos; los ancianos, de ambos sexos, dejaban escapar un sinfín de improperios contra esos  seres incomprensibles que mataban porque sí, y los hombres, jóvenes o maduros, las muchachas o muchachos no decían nada… simplemente estaban muertos…

Por eso, cuando llegué, me sorprendió encontrar al padre Andrés, un hombre joven, fuerte, decidido y, eso sí, blanco, ocupado en el desescombro de tanta miseria y con lágrimas en los ojos arrastrando los cuerpos más pesados que él, o llevando en sus brazos aquellos más livianos. Nos acercamos y nos presentamos: “Somos de un canal de televisión europeo.” ¿para qué darle más explicaciones si allí era imposible que hubieran visto alguna vez nuestro programa?... Nos miró con una mezcla de indiferencia y desprecio que a punto estuvo, sino fuera por nuestra profesionalidad, de hacernos dar media vuelta y largarnos. “¿Y qué cojones queréis en estos momentos?” Nos espetó con una falta de formas muy poco adecuada a su rango y condición. Y porque soy una persona bastante dada a estos inconvenientes y no me inmutan las groserías, le respondí con bastante calma: “Simplemente queremos hacerle una entrevista sobre lo que ha ocurrido aquí.” El hombre, con una mirada de odio muy impropia en su posición de padre de la Iglesia me respondió con voz osca y quebrada. “Pues lo tienes fácil, jovencito, simplemente lo entenderás a medida que vayas mirando…” Hubo unos segundo de silencio y luego prosiguió: “Si queréis ser útiles, poneos a recoger cadáveres. Si no, molestad lo menos posible.” Todos nos miramos un poco confusos, pero, por supuesto, no hicimos ninguno de nuestro equipo aquello que nos pedía… La cadena nos paga, pero por hacer nuestro trabajo, así que seguimos filmando y grabando todo lo que nos rodeaba.

La histeria colectiva duró durante todo el día, mientras tanto, nosotros conseguimos imágenes dignas de un Pulitzer, eran impactantes, y a obtener una serie de frases inconexas de aquellas gentes sin cultura y sin dignidad que simplemente gritaban y vociferaban cosas sin sentido… La verdad que el pueblecito, en su mayor parte construido de cabañas con algunos edificios de piedra u obra dispersos por allí, presentaba un estado bastante lamentable, y no sólo por la basura que se amontonaban en lo que debieron ser sus callejas, sino por la destrucción causada por los explosivos, los disparos y el fuego… En cualquier rincón se veía un charco negruzco de sangre que algún perro famélico se apremiaba a lamer, y lo mismo hubieran hecho, no sólo ellos, sino también las ratas, enormes como gatos, y algún que otro ser animal que esperaba su oportunidad agazapado entre los arbustos, si no hubiera sido por la diligencia, hay que reconocerlo, de aquellos indígenas que, llevados no sé bien por cual conciencia semejante a personas civilizadas, se afanaban en recoger los restos de los suyos entre gritos inconsecuentes y lágrimas silenciosas.

Al final llegó la noche con un estruendo de aves que no te dejaba oír, y yo me temí lo peor: “¿Tenemos que dormir aquí?”… Y sí, no había más remedio. Así que como salvajes, sin baño, sin restaurante y sin servicio de bar, por no hablar del dormitorio, nos hacinamos como un grupo de reclusos y pasamos las horas de oscuridad como mejor pudimos… ¡Algo para contar a mis futuros hijos!...  Pero no conseguí pegar ojo en toda la noche, ¡pero qué les pasa a estas gentes que no saben respetar el sueño de los trabajadores!... Todo el tiempo yendo de aquí para allá, llorando, lamentándose, lanzando palabrotas y maldiciones al cielo… ¡y esos cantos, monótonos, rítmicos, incesantes!... ¡Era insoportable!... Lo cierto es que ese tal padre Andrés me dio la impresión de que tenía bastante abandonada aquella misión…

Al amanecer, todo hay que decirlo, bastante hermoso, llegaron unas mujeres con algo caliente para el desayuno: “¡Hombre, algo de civilización!” Pensé para mí. Y nos dijeron que el padre Andrés nos esperaba en la plaza. Así que nos incorporamos del rudo suelo donde habíamos dormido y, con la misma sudorosa y sucia ropa del día anterior, nos dirigimos hacia nuestra cita: la noticia es la noticia y la empresa paga… El curita nos estaba esperando rodeado de una serie de espantajos, no mucho menos aseados que él, eso es la verdad, y con aspecto de haberse corrido una buena juerga esa noche, pero, eso sí, con una cara de mala leche que te tiraba para atrás… y todos armados hasta los dientes, ¡hasta el sacerdote cargaba un subfusil en bandolera! “Bueno, ¿han dormido ustedes bien?” – preguntó el hombre con un tonillo de sorna que me molestó.  “Pues si quiere que le sea sincero, no demasiado bien.” – Respondí con franqueza. Él dibujó una amplia sonrisa y dijo: “¡Cuánto lo siento! Pero, como ustedes podrán comprobar, nuestro personal no estaba en condiciones de ocuparse de su comodidad esta noche…” Creo que hubo algo de sarcasmo en estas palabras, pero no debo dudar de un hombre de Dios, así que fui directo al asunto: “Veamos, padre, ¿por qué esta gente se ha rebelado contra el gobierno democrático de la nación?” Me miró como dudando y llegué a pensar que había sido demasiado directo, luego dejó escapar una risa profunda, casi me sonó más a un lamento, y me respondió: “¿Pero qué carajo entiende usted por democracia?”… ¡Leches!, ahí me pilló por sorpresa… “Bueno, padre, - respondí carraspeando, - creo que todos lo tenemos claro. La Democracia es el gobierno del pueblo.” “¿De qué pueblo?” – Preguntó. Miré a mis compañeros en busca de ayuda, pero los muy ladinos se cobijaban uno tras la cámara, el otro sin levantar la mirada del equipo de sonido y la otra escribiendo no se qué en su bloc. “De éste.” – Respondí sin demasiado convencimiento. Él se dio media vuelta y me mostró con un movimiento de su brazo el montón de cadáveres de todos los tamaños y sexos que se amontonaban en aquel espacio abierto… “¿De éste?... – Dijo. - ¿Este es su concepto de democracia?...” No quise seguir su juego, eso me lo enseñaron en la facultad, tengo que continuar firme en mi trabajo sin que mis conceptos e ideas lo estorben… “Pero ellos se rebelaron contra el poder impuesto por la ley.” – Sin embargo, no me pude resistir. “¡Muy bien!, ¡usted lo ha dicho!… impuesto… lo de la ley es otra cosa…” – Me respondió. Yo aquí tuve la impresión de tenerlo en mis manos: “Perdone, la ley es lo más importante en un país de derecho y…” Pero me cortó en seco. “Disculpe, - me interrumpió, - ¿a qué ley se refiere, a la de Dios o a la de los hombres?...” “A la Constitución.” – Aseguré. Me miró como el profesor que mira a un alumno travieso tras una fechoría: “Ya me lo imaginaba, la ley de los hombres, Constitución o como quiera llamarla, trae esto… muerte, injusticias, odio… porque tenga en cuenta que quien gobierna es otro ser humano, tan imperfecto, miserable y débil, como los gobernados y, sobre todo, más cruel, porque tiene el poder y no quiere perderlo…” “No creo que usted sea justo…” – Quise replicar, pero me interrumpió sin ninguna consideración… “¡Qué yo no soy justo!... ¿y cree que esto es justo?...” – Y volvió a mostrarme el montón de cadáveres amontonados en la plaza, lo cuales ya desprendían un insoportable hedor. Pero yo nos estaba dispuesto a dejarme manejar por un grupo de terroristas y menos con una propaganda tan manida. “Mire,” – dije – “primero que el hecho de traerme a este lugar con todos estos muertos no deja de ser una publicidad subliminal y luego…” Pero de nuevo, de una forma brusca y grosera, me dejó con la palabra en boca: “¿Subliminal?” – Preguntó entre risotadas. Hasta los indios le miraron como si fuera un poseso. – “¡Válgame Dios!, ¿cree que esto es subliminal?... ¡pero usted de dónde ha salido!” – Y volvió a reír y entonces, todos los indígenas, sucios y desarrapados, le hicieron coro… ¡lamentable! – “Mire, niñato” – Me volví a mis compañeros en busca de apoyo, pero todos estaban enfrascados en sus trabajos y ninguno me prestó el más mínimo apoyo… lo tendré en cuenta para sucesivos proyectos… - “Esto es la realidad, ¿se entera?, esto es la vida cotidiana de millones de seres humanos que se levantan cada día con el único propósito de sobrevivir, no de progresar, ni de ahorrar, o comprarse una casa…, ni tan siquiera de cómo pagar una hipoteca, no, simplemente de sobrevivir. Porque luego hay otros que creen que esta gente son esclavos, carnaza, un producto más que da la selva, un método de ganar más dinero…, una posesión más que les dejó papá… y, cuando protestan, pues nada, se aniquilan y punto. Sin embargo, aunque no se lo crea o le cueste mucho darse cuenta, son personas, como usted o como yo, personas que sufren, lloran, ríen y quieren ser felices o, como diría Shakespeare, “si nos hieren, ¿no sangramos?…” Sí, querido amigo, esto no es causa de la justicia, sino de todo lo contrario, porque la única justicia que vale es la de Dios.” Estaba realmente irritado, así que respondí con prontitud y señalando sus armas: “Pero ellos también matan, asesinan y cometen crímenes.” A lo que él me respondió con una tranquilidad pasmosa: “Y acaso, ¿qué esperaba?... ¿Qué se quedasen quietos?...”

No quise seguir discutiendo, yo había ido a realizar mi trabajo hasta allí y eso es lo que iba a hacer, simplemente informar de lo ocurrido, no tenía por qué meterme en polémicas con unas personas, era evidente, que, ofuscadas por los sucesos, no estaban en las mejores condiciones para razonar… Pero en aquel preciso instante, justo cuando ya nos íbamos a dar la vuelta para seguir filmando por otras partes, llegó un niño, aunque lo supe por el timbre de su voz ya que estos indios no crecen casi nada, y acercándose al cura le dijo: “Dios marchó lejos ayer, ¿verdad padrecito?” El sacerdote suavizó sus facciones y acarició la cabellera negra y sucia del pequeño: “Si, hijo, sí, Dios estaba muy lejos de aquí.” “Pero cuando vuelva castigará a los malos y nos premiará con felicidad, ¿no, padrecito?”… El hombre endureció su mirada y cerró con fuerza sus puños añadiendo, más para sí que para el niño: “Me temo que ese Dios que esperas está a mucha distancia…”

Cuando presentamos el documental, la dirección de la cadena nos felicitó por el resultado y, a los pocos meses, nos recompensaron con un premio. Era justo tras tanto esfuerzo, sin embargo, ninguno de mis compañeros pareció alegrarse y, de hecho, sólo yo subí al escenario para recogerlo, pues los tres alegaron problemas de trabajo para no asistir al evento, aunque tuve un recuerdo emotivo para ellos… La pena fue que no pudimos traer al indiecito como yo había propuesto, pues la escena del niño con el cura tuvo mucho impacto y habría sido una gran publicidad la jugada de presentar al chavalillo delante de toda aquella gente, sin embargo, el padre Andrés dijo cuando le llamé por teléfono: “No creo que pueda ir, sigue esperando a que Dios venga a recompensarle por haber sufrido tanto…” Bueno, ¿qué vamos a hacer?... Pero, ¿realmente ustedes entienden a esta gente?...

 

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