Érase una vez - El autorretrato - Melquíades Walker– Marzo 2012

Érase una vez
El autorretrato
Melquíades Walker– Marzo 2012


Pablo Picasso

¿Realmente sabemos cómo somos?... ¿Somos capaces de definirnos objetivamente tal como nos vemos desde nuestra perspectiva particular?... ¿De verdad nos conocemos?...

El autorretrato es una práctica para llegar a conocernos a nosotros mismos, saber con certeza cuáles son nuestras cualidades o nuestros defectos, y tendrá una importancia bastante relevante la imagen que cada uno tiene de sí. De esta forma, a la hora de realizar el autorretrato, irán apareciendo por orden aquello que consideremos más importante de nuestro ser: primero lo que nos resulte más favorable, segundo, lo menos agraciado de lo anterior, y tercero, los defectos… Aunque podríamos romper este esquema y comenzarlo al contrario y el efecto no sería, ni mucho menos, el mismo. Por ello, el enfoque personal siempre es un obstáculo para el buen desarrollo de una narración, ya que este siempre es parcial y subjetivo, siendo muy importante aprender a distanciarnos de nosotros mismos a la hora de hablar de nuestra persona, aunque, a veces, pueda aparecer la ironía o la falsa modestia. Pero lo importante es aquello conveniente a la trama y no al autor y, en muchas ocasiones, entraremos en la inevitable contradicción entre nuestros sentimientos y los necesarios al personaje de nuestra historia.

No hay peor defecto que la falta de credibilidad de un personaje y en ello tiene mucha importancia la eficacia de la voz narrativa y como ésta administre la información de que dispone. Así pues, un autorretrato será creíble siempre que lo enunciado resulte posible para el personaje. Por ejemplo, nadie puede verse de espaldas, por lo tanto, una descripción de sí mismo desde esa perspectiva es imposible, se puede saber por boca de otros, pero eso ya no es un autorretrato… Deberemos saber elegir los rasgos que nos identifiquen de acuerdo con lo que nos pida la historia y el personaje, así, a veces los rasgos demasiado comunes no serán necesarios, por obvios, y otras, los poco comunes o raros, tampoco, sino los podemos justificar en el relato. Veamos, por ejemplo, este fragmente de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson:
Vicent Van Gogh


“Me acerqué y pude comprobar que era un hombre de raza blanca, como yo, y que sus facciones hasta resultaban agradables. La piel, en las partes visibles de su cuerpo, estaba quemada por el sol; hasta sus labios estaban negros, y sus ojos azules producían la más extraña impresión en aquel rostro abrasado. Su estado andrajoso ganaba al del más miserable mendigo que yo hubiera visto o imaginara. Se había cubierto con girones de lona vieja de algún barco y otros de paño marinero, y toda aquella extraordinaria colección de harapos se mantenía en su sitio mediante un variadísimo e incongruente sistema de ligaduras: botones de latón, palitos y lazos de arpillera. Alrededor de la cintura se ajustaba un viejo cintón con hebilla de metal, que por cierto era el único elemento sólido de toda la indumentaria.
-¡Tres años! – exclamé -. ¿Es que naufragaste?
-No, compañero – dijo - . Me abandonaron.”


Como podemos comprobar, el fragmento no corresponde a un autorretrato, pero lo he incluido para apoyar mi afirmación anterior sobre lo necesario de las descripciones, puesto que las aquí reflejadas nos ayudan a hacernos una idea de lo que le ocurre al personaje: soledad, paso del tiempo, abandono… Es decir, no forman una relación gratuita e inútil de rasgos, sino que nos aportan información relevante.

El enfoque del autorretrato puede ser de dos tipos: externo o interno.

En el primero vamos describiendo cómo somos físicamente, cómo vestimos, cómo nos movemos… Claro, que dentro de este mismo enfoque podemos utilizar diversas variantes, dependiendo del contexto de la narración o de cómo lo queramos plantear, por ejemplo, podemos darle una intención irónica y crítica que nos dará un distanciamiento de nosotros mismos para poder criticar o hablar mejor de nuestros defectos. Veamos un pequeño fragmento de La última viuda de la confederación lo cuenta todo, de Allan Gurganus:

Frida Kahlo



“Ahora hay más agitación, la gente viene a visitarme a mí. Dicen que les intereso. Como tú, que has puesto esa grabadora sobre mi cama. Pero estás muy lejos. Acerca más esa silla de plástico, chica… Ahora está mejor. Una cara bonita. ¡Oh!, sé que aspecto tiene la mía: arrugada y abollada como una calabaza seca. Pero lo mismo pasa con lo que hay detrás. ¿No dicen que cuanto más lista es una persona más arrugado tiene el cerebro? Bueno, chica, si lo que hay dentro de mí tiene el aspecto de lo que me cuelga por fuera, creo que debo haber llegado al nivel de los genios.”


También podría tener una aspecto fantástico, como de ciencia ficción, sin dejar esa ironía y ese distanciamiento, porque los mejores autorretratos son aquellos en los que uno habla de sí mismo como si lo hiciera de otro. Disfrutemos ahora con este otro fragmento de un cuento de Antonio Tello, titulado El interior de la noche, donde el autor va más allá de lo irreal:

Leonardo Da Vinci



“Un amigo me salvó la vida y me condenó para su mayor gloria. Apenas si recuerdo aquel que era cuando comenzaron a correr de boca en boca historias extraordinarias sobre mí. Según mis contemporáneos morí de enfermedad primero y en una pendencia de juego después.
Lo cierto es que estoy cansado. Soy tan viejo que me pesan las generaciones pasadas y las que vendrán, la continua reiteración de lo creado, mientras la membrana que constituye mi cuerpo crece como una telaraña viva. Mi alma es ese débil filamento que se pierde en el negro celoma; una medusa brillante en las profundidades del tiempo donde estoy encarcelado.”


En la descripción interna entran en juego la relación de sentimientos, estados de ánimo, deseos, fobias, ilusiones o frustraciones. Es un autorretrato más poético, más intimista, que viaja hacia el centro de nuestro pequeño universo. Como ejemplo, un poema de Miguel Labordeta, Violento idílico:


“Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
(…)”
  
Andy Warhol



En conclusión, el autorretrato es otro recurso del cual podemos servirnos para el mejor desarrollo de nuestras obras, pero siempre cuidando de no caer en la pedantería innecesaria a la hora de hablar de uno mismo, sino utilizándolos cuando realmente sea necesario y aporte algo constructivo a nuestro trabajo.

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